domingo, 24 de febrero de 2013

Funes el Memorioso.


FUNES EL MEMORIOSO.

Lo recuerdo (yo no tengo derecho a pronunciar ese verbo sagrado, sólo un hombre en la tierra tuvo derecho y ese hombre ha muerto) con una oscura pasionaria en la mano, viéndola como nadie la ha visto, aunque la mirara desde el crepúsculo del día hasta el de la noche, toda una vida entera. Lo recuerdo, la cara taciturna y aindiada y singularmente remota, detrás del cigarrillo. Recuerdo (creo) sus manos afiladas de trenzador. Recuerdo cerca de esas manos un mate, con las armas de la Banda Oriental; recuerdo en la ventana de la casa una estera amarilla, con un vago paisaje lacustre. Recuerdo claramente su voz; la voz pausada, resentida y nasal del orillero antiguo, sin los silbidos italianos de ahora. Más de tres veces no lo vi; la última, en 1887... Me parece muy feliz el proyecto de que todos aquellos que lo trataron escriban sobre él; mi testimonio será acaso el más breve y sin duda el más pobre, pero no el menos imparcial del volumen que editarán ustedes. Mi deplorable condición de argentino me impedirá incurrir en el ditirambo —género obligatorio en el Uruguay, cuando el tema es un uruguayo. Literato, cajetilla, porteño: Funes no dijo esas injuriosas palabras, pero de un modo suficiente me consta que yo representaba para él esas desventuras. Pedro Leandro Ipuche ha escrito que Funes era un precursor de los superhombres; “Un Zarathustra cimarrón y vernáculo”; no lo discuto, pero no hay que olvidar que era también un compadrito de Fray Bentos, con ciertas incurables limitaciones.

 Mi primer recuerdo de Funes es muy perspicuo. Lo veo en un atardecer de marzo o febrero del año ochenta y cuatro. Mi padre, ese año, me había llevado a veranear a Fray Bentos. Yo volvía con mi primo Bernardo Haedo de la estancia de San Francisco. Volvíamos cantando, a caballo, y ésa no era la única circunstancia de mi felicidad. Después de un día bochornoso, una enorme tormenta color pizarra había escondido el cielo. La alentaba el viento del Sur, ya se enloquecían los árboles; yo tenía el temor (la esperanza) de que nos sorprendiera en un descampado el agua elemental. Corrimos una especie de carrera con la tormenta. Entramos en un callejón que se ahondaba entre dos veredas altísimas de ladrillo. Había oscurecido de golpe; oí rápidos y casi secretos pasos en lo alto; alcé los ojos y .vi un muchacho que corría por la estrecha y rota vereda como por una estrecha y rota pared. Recuerdo la bombacha, las alpargatas, recuerdo el cigarrillo en el duro rostro, contra el nubarrón ya sin límites. Bernardo le gritó imprevisiblemente: ¿Qué horas son, Ireneo? Sin consultar el cielo, sin detenerse, el otro respondió: Faltan cuatro mínutos para las ocho, joven Bernardo Juan Francisco. La voz era aguda, burlona.
 Yo soy tan distraído que el diálogo que acabo de referir no me hubiera llamado la atención si no lo hubiera recalcado mi primo, a quien estimulaban (creo) cierto orgullo local, y el deseo de mostrarse indiferente a la réplica tripartita del otro.
Me dijo que el muchacho del callejón era un tal Ireneo Funes, mentado por algunas rarezas como la de no darse con nadie y la de saber siempre la hora, como un reloj. Agregó que era hijo de una planchadora del pueblo, María Clementina Funes, y que algunos decían que su padre era un médico del saladero, un inglés O'Connor, y otros un domador o rastreador del departamento del Salto. Vivía con su madre, a la vuelta de la quinta de los Laureles.
Los años ochenta y cinco y ochenta y seis veraneamos en la ciudad de Montevideo. El ochenta y siete volví a Fray Bentos. Pregunté, como es natural, por todos los conocidos y, finalmente, por el “cronométrico Funes”. Me contestaron que lo había volteado un redomón en la estancia de San Francisco, y que había quedado tullido, sin esperanza. Recuerdo la impresión de incómoda magia que la noticia me produjo: la única vez que yo lo vi, veníamos a caballo de San Francisco y él andaba en un lugar alto; el hecho, en boca de mi primo Bernardo, tenía mucho de sueño elaborado con elementos anteriores. Me dijeron que no se movía del catre, puestos los ojos en.la higuera del fondo o en una telaraña. En los atardeceres, permitía que lo sacaran a la ventana. Llevaba la soberbia hasta el punto de simular que era benéfico el golpe que lo había fulminado... Dos veces lo vi atrás de la reja, que burdamente recalcaba su condición de eterno prisionero: una, inmóvil, con los ojos cerrados; otra, inmóvil también, absorto en la contemplación de un oloroso gajo de santonina.
No sin alguna vanagloria yo había iniciado en aquel tiempo el estudio metódico del latin. Mi valija incluía el De viris illustribus de Lhomond, elThesaurus de Quicherat, los comentarios de Julio César y un volumen impar de la Naturalis historia de Plinio, que excedía (y sigue excediendo) mis módicas virtudes de latinista. Todo se propala en un pueblo chico; Ireneo, en su rancho de las orillas, no tardó en enterarse del arribo de esos libros anómalos. Me dirigió una carta florida y ceremoniosa, en la que recordaba nuestro encuentro, desdichadamente fugaz, “del día siete de febrero del año ochenta y cuatro”, ponderaba los gloriosos servicios que don Gregorio Haedo, mi tío, finado ese mismo año, “había prestado a las dos patrias en la valerosa jornada de Ituzaingó”, y me solicitaba el préstamo de cualquiera de los volúmenes, acompañado de un diccionario “para la buena inteligencia del texto original, porque todavía ignoro el latín”. Prometía devolverlos en buen estado, casi inmediatamente. La letra era perfecta, muy perfilada; la ortografía, del tipo que Andrés Bello preconizó: i por yj por g. Al principio, temí naturalmente una broma. Mis primos me aseguraron que no, que eran cosas de Ireneo. No supe si atribuir a descaro, a ignorancia o a estupidez la idea de que el arduo latín no requería más instrumento que un diccionario; para desengañarlo con plenitud le mandé el Gradus ad Parnassum de Quicherat. y la obra de Plinio:
El catorce de febrero me telegrafiaron de Buenos Aires que volviera inmediatamente, porque mi padre no estaba “nada bien”. Dios me perdone; el prestigio de ser el destinatario de un telegrama urgente, el deseo de comunicar a todo Fray Bentos la contradicción entre la forma negativa de la noticia y el perentorio adverbio, la tentación de dramatizar mi dolor, fingiendo un viril estoicismo, tal vez me distrajeron de toda posibilidad de dolor. Al hacer la valija, noté que me faltaban el Gradus y el primer tomo de la Naturalis historia. El “Saturno” zarpaba al día siguiente, por la mañana; esa noche, después de cenar, me encaminé a casa de Funes. Me asombró que la noche fuera no menos pesada que el día.
En el decente rancho, la madre de Funes me recibió. Me dijo que Ireneo estaba en la pieza del fondo y que no me extrañara encontrarla a oscuras, porque Ireneo sabía pasarse las horas muertas sin encender la vela. Atravesé el patio de baldosa, el corredorcito; llegué al segundo patio. Había una parra; la oscuridad pudo parecerme total. Oí de pronto la alta y burlona voz de Ireneo. Esa voz hablaba en latín; esa voz (que venía de la tiniebla) articulaba con moroso deleite un discurso o plegaria o incantación. Resonaron las sílabas romanas en el patio de tierra; mi temor las creía indescifrables, interminables; después, en el enorme diálogo de esa noche, supe que formaban el primer párrafo del vigésimocuarto capítulo del libro séptimo de la Naturalis historia. La materia de ese capítulo es la memoria; las palabras últimas fueron ut nihil non usdem verbis redderetur auditum.
Sin el menor cambio de voz, Ireneo me dijo que pasara. Estaba en el catre, fumando. Me parece que no le vi la cara hasta el alba; creo rememorar el ascua momentánea del cigarrillo. La pieza olía vagamente a humedad. Me senté; repetí la historia del telegrama y de la enfermedad de mi padre. Arribo, ahora, al más dificil punto de mi relato. Este (bueno es que ya lo sepa el lector) no tiene otro argumento que ese diálogo de hace ya medio siglo. No trataré de reproducir sus palabras, irrecuperables ahora. Prefiero resumir con veracidad las muchas cosas que me dijo Ireneo. El estilo indirecto es remoto y débil; yo sé que sacrifico la eficacia de mi relato; que mis lectores se imaginen los entrecortados períodos que me abrumaron esa noche.
Ireneo empezó por enumerar, en latín y español, los casos de memoria prodigiosa registrados por la Naturalis historia: Ciro, rey de los persas, que sabía llamar por su nombre a todos los soldados de sus ejércitos; Mitrídates Eupator, que administraba la justicia en los 22 idiomas de su imperio; Simónides, inventor de la mnemotecnia; Metrodoro, que profesaba el arte de repetir con fidelidad lo escuchado una sola vez. Con evidente buena fe se maravilló de que tales casos maravillaran. Me dijo que antes de esa tarde lluviosa en que lo volteó el azulejo, él había sido lo que son todos los cristianos: un ciego, un sordo, un abombado, un desmemoriado. (Traté de recordarle su percepción exacta del tiempo, su memoria de nombres propios; no me hizo caso.) Diecinueve años había vivido como quien sueña: miraba sin ver, oía sin oír, se olvidaba de todo, de casi todo. Al caer, perdió el conocimiento; cuando lo recobró, el presente era casi intolerable de tan rico y tan nítido, y también las memorias más antiguas y más triviales. Poco después averiguó que estaba tullido. El hecho apenas le interesó. Razonó (sintió) que la inmovilidad era un precio mínimo. Ahora su percepción y su memoria eran infalibles.
Nosotros, de un vistazo, percibimos tres copas en una mesa; Funes, todos los vástagos y racimos y frutos que comprende una parra. Sabía las formas de las nubes australes del amanecer del treinta de abril de mil ochocientos ochenta y dos y podía compararlas en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que sólo había mirado una vez y con las líneas de la espuma que un remo levantó en el Río Negro la víspera de la acción del Quebracho. Esos recuerdos no eran simples; cada imagen visual estaba ligada a sensaciones musculares, térmicas, etc. Podía reconstruir todos los sueños, todos los entresueños. Dos o tres veces había reconstruido un día entero; no había dudado nunca, pero cada reconstrucción había requerido un día entero. Me dijo: Más recuerdos tengo yo solo que los que habrán tenido todos los hombres desde que el mundo es mundo. Y también: Mis sueños son como 1a vigilia de ustedes. Y también, hacia el alba: Mi memoría, señor, es como vacíadero de basuras. Una circunferencia en un pizarrón, un triángulo rectángulo, un rombo, son formas que podemos intuir plenamente; lo mismo le pasaba a Ireneo con las aborrascadas crines de un potro, con una punta de ganado en una cuchilla, con el fuego cambiante y con la innumerable ceniza, con las muchas caras de un muerto en un largo velorio. No sé cuántas estrellas veía en el cielo.
Esas cosas me dijo; ni entonces ni después las he puesto en duda. En aquel tiempo no había cinematógrafos ni fonógrafos; es, sin embargo, inverosímil y hasta increíble que nadie hiciera un experimento con Funes. Lo cierto es que vivimos postergando todo lo postergable; tal vez todos sabemos profundamente que somos in—mortales y que tarde o temprano, todo hombre hará todas las cosas y sabrá todo.
La voz de Funes, desde la oscuridad, seguía hablando..
Me dijo que hacia 1886 había discurrido un sistema original de numeración y que en muy pocos días había rebasado el veinticuatro mil. No lo había escrito, porque lo pensado una sola vez ya no podía borrársele. Su primer estímulo, creo, fue el desagrado de que los treinta y tres orientales requirieran dos signos y tres palabras, en lugar de una sola palabra y un solo signo. Aplicó luego ese disparatado principio a los otros números. En lugar de siete mil trece, decía (por ejemplo) Máximo Pérez; en lugar de siete mil catorce, El Ferrocarril; otros números eran Luis Melián Lafinur, Olimar, azufre, los bastos, la ballena, gas, 1a caldera, Napoleón, Agustín vedia. En lugar de quinientos, decía nueve. Cada palabra tenía un signo particular, una especie marca; las últimas muy complicadas... Yo traté explicarle que esa rapsodia de voces inconexas era precisamente lo contrario sistema numeración. Le dije decir 365 tres centenas, seis decenas, cinco unidades; análisis no existe en los “números” El Negro Timoteo o manta de carne. Funes no me entendió o no quiso entenderme.
Locke, siglo XVII, postuló (y reprobó) idioma imposible en el que cada cosa individual, cada piedra, cada pájaro y cada rama tuviera nombre propio; Funes proyectó alguna vez un idioma análogo, pero lo desechó por parecerle demasiado general, demasiado ambiguo. En efecto, Funes no sólo recordaba cada hoja de cada árbol de cada monte, sino cada una de las veces que la había percibido o imaginado. Resolvió reducir cada una de sus jornadas pretéritas a unos setenta mil recuerdos, que definiría luego por cifras. Lo disuadieron dos consideraciones: la conciencia de que la tarea era interminable, la conciencia de que era inútil. Pensó que en la hora de la muerte no habría acabado aún de clasificar todos los recuerdos de la niñez.
Los dos proyectos que he indicado (un vocabulario infinito para serie natural de los números, un inútil catálogo mental de todas las imágenes del recuerdo) son insensatos, pero revelan cierta balbuciente grandeza. Nos dejan vislumbrar o inferir el vertiginoso mundo de Funes. Éste, no lo olvidemos, era casi incapaz de ideas generales, platónicas. No sólo le costaba comprender que el símbolo genérico perro abarcara tantos individuos dispares de diversos tamaños y diversa forma; le molestaba que el perro de las tres y catorce (visto de perfil) tuviera el mismo nombre que el perro de las tres y cuarto (visto de frente). Su propia cara en el espejo, sus propias manos, lo sorprendían cada vez. Refiere Swift que el emperador de Lilliput discernía el movimiento del minutero; Funes discernía continuamente los tranquilos avances de la corrupción, de las caries, de la fatiga. Notaba los progresos de la muerte, de la humedad. Era el solitario y lúcido espectador de un mundo multiforme, instantáneo y casi intolerablemente preciso. Babilonia, Londres y Nueva York han abrumado con feroz esplendor la imaginación de los hombres; nadie, en sus torres populosas o en sus avenidas urgentes, ha sentido el calor y la presión de una realidad tan infatigable como la que día y noche convergía sobre el infeliz Ireneo, en su pobre arrabal sudamericano. Le era muy difícil dormir. Dormir es distraerse del mundo; Funes, de espaldas en el catre, en la sombra, se figuraba cada grieta y cada moldura de las casas precisas que lo rodeaban. (Repito que el menos importante de sus recuerdos era más minucios y más vivo que nuestra percepción de un goce físico o de un tormento físico.) Hacia el Este, en un trecho no amanzanado, había casas nuevas, desconocidas. Funes las imaginaba negras, compactas, hechas de tiniebla homogénea; en esa dirección volvía la cara para dormir. También solía imaginarse en el fondo del río, mecido y anulado por la corriente.
Había aprendido sin esfuerzo el inglés, el francés, el portugués, el latín. Sospecho, sin embargo, que no era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos.
 La recelosa claridad de la madrugada entró por el patio de tierra.
 Entonces vi la cara de la voz que toda la noche había hablado. Ireneo tenía diecinueve años; había nacido en 1868; me pareció monumental como el bronce, más antiguo que Egipto, anterior a las profecías y a las pirámides. Pensé que cada una de mis palabras (que cada uno de mis gestos) perduraría en su implacable memoria; me entorpeció el temor de multiplicar ademanes inútiles.
 Ireneo Funes murió en 1889, de una congestión pulmonar.

viernes, 22 de febrero de 2013

Influencia Infantil

El personaje que influencio un poco mi niñez fue Burbuja, una de las chicas super poderosas, porque era la mas sencilla de sus otras dos hermanas, era tímida y un poco miedosa, pero muy segura de sí misma, con toques de madurez e inmadurez a la vez y aunque aveces parece imposible de creer, así es un poco mi personalidad, callada, asocial, tímida entre otras cosas, su enemigo era mojo jojo, un animal verde con garras que siempre les hacia la vida imposible tratando de hacer caer la ciudad completa ante los pies de él, pero ella junto a sus dos hermanas Bombom y Beyota siempre lo vencían, poniéndolo tras las rejas, el programa agrandaba un poco la imaginación de las personas,o tal vez la mía,  ademas de que era entretenido tenia valores y cosas nuevas para darle a aprender a quienes lo vieran

De la novela de Laura Restrepo Elijo al personaje del  Bichi Bichito, y pienso que el personaje mediático que pudo haberlo influenciado fue Mike de la serie animada de "El recreo" de Disney Chanel  ya que al igual que el Bichi Bichito Mike era un poco retraído e inocente al momento de ver la realidad de las cosas que estaban a su alrededor, un gran soñador y siempre tenía a alguien que le cuidara la espalda cuando lo necesitaba, al igual que Bichi Bichito, Agustina era quien lo cuidaba siempre o le salvaba de pasar un mal rato, a causa de que su padre lo golpeaba cada vez que lo hacia enojar.

lunes, 18 de febrero de 2013

Influencia de los medios de comunicación de masas.

IDEAS PRINCIPALES.


  1. El siglo XX es, efecto la era de la electrónica, la era atómica, la era de las comunicaciones, etc. Pero es sobre todo la era científico- Tecnología por el condicionamiento del desarrollo científico por el tecnológico.
  2. Las masas son solo el destinatario; las masas no se comunican a través de los medios; son los propietarios de esos medios quienes comunican algo.
  3.  Uno de los hechos más importantes e influyentes de la historia de la humanidad en los últimos siglos ha sido el desarrollo técnico, ese desarrollo ha abarcado todos los órdenes, la producción, la vivienda, la manera de viajar, la manera rural y urbana, la forma de hacer la ingeniería etc.
  4.La primera etapa de la comunicación fue probablemente la era de los signos y las señales que se desarrollaron en los inicios de la prehistoria anterior al lenguaje.
  5.El hombre entro a la era del habla y del lenguaje alrededor de 40.000 años atrás, para el hombre cromagno el lenguaje ya era de uso común. Hace 5.000 años atrás se produjo la transformación hacia la era de la escritura.
  6.La primera década del siglo XX aporto muchos perfeccionamientos técnicos, los equipos de radio- telefonía se generalizo, sobre todo después de la primera guerra mundial. La primera transmisión radial argentina tuvo lugar en 1920.
  7. Es necesario que consideremos la necesidad de dejar de ser “alfabetos” de la imagen, debemos aprender y enseñar el lenguaje de la imagen.

   Experiencia Vital.
   
 
   La principal experiencia vital para mi, cuando sucedió lo del accidente de la ruta del colegio agustiniano, fue una experiencia bastante amarga, ya que por mi parte también tenia ruta para ir al colegio después de eso ni mi madre, ni yo ni muchas de mis compañeras queríamos subirnos a una ruta.

  Esto afecto drástica mente mi comportamiento diario ya que la noticia me pareció alarmante y un poco traumante.







jueves, 14 de febrero de 2013

FOTO.

Mi foto es una imagen familiar, la cual fue tomada en un viaje de hace dos semanas atrás para ser exactos. Allí se encuentra mi abuela por parte de papa, mi papa, mi hermana mayor, mis dos primos y yo. En Flades - Girardot.

Comúnmente viajamos los fines de semanas con día festivo, a mitad y final de año. En la foto nos encontramos en un restaurante a las afueras de Flandes, casi llegando al siguiente pueblo, el sitio es una especie de choza, con muchos arboles y plantas para darle un toque un poco rural al lugar es tranquilo y se siente un gran ambiente de armonía  es perfecto para cenar en familia.Al fondo de la foto podemos encontrar una pequeña tienda que también hace parte del restaurante, un par de mesas y sillas y palos de madera que son los que sostiene el techo a la perfección.
Allí también podemos encontrar una relación económica puesto que en un viaje siempre se gasta dinero y en este caso no fue la excepción, no tuvimos que pagar hospedaje porque la casa es de la familia, pero si se gasto dinero en comida, salidas y cervezas, una relación religiosa porque 
El protocolo de la familia casi nunca varía, siempre hay salidas de rumba, salidas para seguir conociendo la ciudad o pueblo que visitamos, salimos a almorzar o algunas veces hacemos almuerzo en la casa, vamos a la piscina en las tardes mas calurosas, ponemos música a todo volumen gozando el viaje, hacemos paseo de río, ya que no puede faltar en un paseo de familia colombiana, salimos para pasar un grato agradable en familia, para unirnos más y para olvidarnos un poco de los problemas.

En mi familia todas las mujeres y algunos hombre cocinan, cuando viajamos todos, absolutamente todos cada familia prepara su propio desayuno, en la tarde cuando no salimos a almorzar, todas mis tías  mi mama y todas las mujeres preparamos el almuerzo, mientras los hombres buscan que hacer, como lavar los autos, estar en la piscina, haciendo ejercicio, jugando PS3 o simplemente en una silla viendo la tele.

Los viajes siempre son planeados una semana antes pasa así hacerlos mas interesantes, me siento afortunada de tener una familia tan unida y amorosa, ya que esas tradiciones esta casi perdidas. La casa de Flandes es hermosa, es grande, tiene una vista preciosa, con piscina y quiosco, perfecta para unos días de descanso como nos lo merecemos todos, la casa es producto del esfuerzo de uno de mis primos quien la compro hace un mes. 

OEI


1. ¿En que consiste el proyecto de la OEI?

El proyecto de la OEI consiste generalmente en mejorar la formación de receptores críticos,de ocho países hasta el momento que se han unido a la idea principal como lo son: Bolivia, Colombia, Costa Rica, Ecuador, España, Perú  Uruguay y Venezuela, la idea se basa principalmente en el uso de los "media". 
Lo que quiere decir el proyecto de la OEI, es que los receptores tomemos un buen control activo de lo que se habla, observando con precisión el tema, teniendo en cuenta el papel que se desempeña dentro de la comunicación, promoviendo mejores contenidos para que otros receptores sean cada vez mejores en el ámbito de los medios de comunicación, para que seamos capaces de aportas nuevas e innovadoras ideas para así generar nuevas formas de comunicación y logremos apoderarnos de un tema al momento de ser mencionado, analizando, reflexionando y respondiendo con buenos puntos de vista  los mensajes recibidos.

2. ¿Como ha visto esa intención reflejada en Colombia?

La estructura del sistema educativo en este caso, en Colombia no es muy bien vista, ya que la población, esta acoplada a un prototipo puesto ya desde hace tiempo atrás, lo que nos indica que nosotros continuamos con las tradiciones ya obtenidas. Esto no quiere decir que no podamos cambiar nuestro método de aprendizaje, tendremos que empezar a relacionar lo antiguo con lo nuevo propuesto por la OEI, puesto que es muy interesante la idea que propone en los ocho países latinos.


viernes, 1 de febrero de 2013

Mi familia.

Mi familia está conformada por mis padres: Javier Durán y mi madre Betty Granados, mis dos hermanos: Luisa Durán y Santiago Durán y yo Nicolle Durán. Aparte de ellos tengo una familia bastante amplia, que se conforma de tías, tíos, abuelas, primos y primas, mi familia en general por parte de papa y mama son muy unidas lo que hace que nos apoyemos los unos a los otros en los momentos buenos y malos por los que pasamos. Somos una familia común y corriente, con dificultades como todo, pero siempre con mucho amor y mucha entrega hacia nosotros mismo. La comunicación con mi familia aveces puede ser un poco difícil por el hecho de que somos un poco temperamentales pero siempre tratamos de tener una buena comunicación para que así podamos resolver los problemas que tenemos.

 nuestra forma de comunicación se basa fundamentalmente verbal, seguida por algunos medios de comunicación como lo son los teléfonos celulares, el internet y el teléfono fijo.
Tenemos algunos rituales familia que consta tan de en las noches ver nuestros programas favoritos unidos en la sala, cada ocho días o quince días vamos a cine o vamos a McDonalds ya que a todos nos gusta mucho comer allí, algunos domingos cuando tenemos tiempo vamos a Boyaca asistimos a la santa misa y almorzamos allá. Algunas tardes nos gusta colocar películas con palomitas y gaseosa y pasar un buen rato en familia.

En mi opinión la familia es lo más sagrado que nos a dado Dios, no siempre se conforma de mama, papa e hijos, se conforma de las personas que son importantes para uno, que lo apoyan a uno y que ante todo siempre estarán allí para lo que necesitemos e igualmente nosotros para ellos. La función principal de la familia es el amor hacia el prójimo y hacia uno mismo, es el apoyo y el complemento que todos como personas necesitamos para sentirnos reales.

Le agradezco profundamente a Dios por haberme dado una familia tan buena y tan amorosa, que siempre me han apoyado en cada paso que he dado hasta el día de hoy, no cambiaría ni un minuto a su lado.